Ese domingo de la semana del 2013.
El domingo de la
semana, fue el primer domingo desde que dejé mi hogar que visitaba un templo,
también fue la primer vez que experimenté que no hay barreras que no se puedan
romper. Fue un culto en francés, e inglés, y yo que hablo español lo comprendía
y me sentía parte de esa congregación. Como si llevara 21 años asistiendo, como
si fuera de una familia muy unida con personas de todo el mundo.
Porque Dios estaba ahí, no era un templo como los que conozco, en realidad, en nada era similar, pero sí era una iglesia.
Así lo sentí, incluso al ser mi primera vez en ella, me sentí parte. Porque la iglesia no la hace la religión, ni la ubicación o las cruces en la pared; la hacen los miembros, miembros que se reúnen para alabar al único Dios.
Ese domingo de la semana, fue el primer domingo desde que nací de nuevo, que sentía ese calorcito.
Porque Dios estaba ahí, no era un templo como los que conozco, en realidad, en nada era similar, pero sí era una iglesia.
Así lo sentí, incluso al ser mi primera vez en ella, me sentí parte. Porque la iglesia no la hace la religión, ni la ubicación o las cruces en la pared; la hacen los miembros, miembros que se reúnen para alabar al único Dios.
Ese domingo de la semana, fue el primer domingo desde que nací de nuevo, que sentía ese calorcito.
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